me saluda con un dejo de cobardía y amistad disimulada,
como si supiera que no es el mismo quien saluda
sino un vetusto carromato
de sangre y fuego y hierro, henchido en la saliva de su odio
un simple alarido de viento en la carne de un zaguan que cierra.
Yo viví la desesperación de fines de diciembre
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