La mujer de los cabellos de bronce se despertó de golpe,
oscura y solitaria, en medio del mar calmo de la ciudad en ruinas. Se sentó
enfrente de la máquina y narro su sueño con voz monótona:
“Un hombre desconocido, con la barba y el cabello rubios repletos
de polvo, vistiendo un traje militar prusiano roído y hecho jirones, me
contemplaba al atravesar el jardín detrás de una rosa pálida que eyectaba fuego
hacia el cielo. Salto enfrente de mí y se posó al lado de la puerta principal
de la casa (que ahora era un castillo medieval flotante) y de su boca salieron
chirridos inhumanos como ratas masacradas por niños crueles. Con gran esfuerzo pude decodificar su
palabras, pero el soldado ya se había convertido en un enjambre viscoso de
aceite putrefacto en el cual anidaban millares de pequeñas arañitas grises. Su mensaje
decía: - El simple pensar puro de los hombres se desconceptualiza en la abstracción
pura de la mundanidad amatoria. Una singularidad de la experiencia no-viviente
carece de sentido si las plantas carnívoras degluten al emperador. Hace días
que no duermo…”
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