Claroscuro del óxido en tu vientre,
el exceso de servidumbre funesta
calma la fiebre de la hambruna
y tiñe tus manos repletas de savia.
El ámbar ardiente de tu cáliz cobrizo
ahoga las avispas extasiadas que huyen de mi lengua.
Se hunde el sol en su montaña.
Vuelve a la carga el lobo sediento.
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